"Quien necesita irse porque no soporta más la angustia de estar vivo, buscará la manera de irse, cuando sea... como sea"
El suicidio es considerado por algunas personas como la solución final a una situación que perciben como insuperable. Está entre las primeras quince causas de muerte a nivel mundial y es la primera causa de muerte violenta en España, que aún sin estar entre los países con las tasas más altas, tiene una tendencia creciente. Más de un millón de personas se suicidan al año en todo el mundo y estas cifras van en aumento.
Las principales consecuencias son el impacto psicológico y social que recae sobre las personas más cercanas, ya que éstas se ven profundamente afectadas a nivel emocional, social y económico.
Es muy importante estudiar e identificar los factores asociados a esta conducta para llevar a cabo programas de prevención e intervención.
Hay quienes intentan suicidarse o piensan en acabar con su vida por el hecho de sentirse incapaces de afrontar las dificultades de la vida. Todos hemos vivido situaciones dolorosas o que parecen no tener solución, pero poniendo en perspectiva nuestras prioridades, hemos logrado superarlas a pesar del sufrimiento.
El suicido sigue siendo un tema silenciado por lo medios de comunicación, un tema tabú, en parte, por los sentimientos encontrados que surgen cuando ocurre una desgracia de esta envergadura.
Es muy difícil o incluso imposible entender que alguien decida acabar con su vida. Nuestra mente se llenará de preguntas, dudas y alternativas posibles a ese final. La mente humana no entiende ni asume que una persona se haya querido ir de esa manera. Durante días estaremos en shock y con incredulidad e intentaremos negar lo sucedido.
SEÑALES DE ALERTA
Tristeza persistente que no puede ser explicada. La persona afectada se encuentra casi siempre a punto de llorar pero no expresa su emoción a través del llanto.
Alteraciones en la autoestima caracterizadas por estados depresivos en los que hay una percepción negativa de uno mismo.
Trastornos en el comportamiento habitual, como perturbaciones en el sueño y en la alimentación.
La persona se muestra incapaz o le resulta muy costoso realizar tareas cotidianas sencillas y también socializar con los demás.
Se suele producir aislamiento de la familia o amigos que hace que sea más difícil para ellos percibir los síntomas.
Consumo de drogas como escape de la realidad, como una forma de olvidar el dolor constante que se está experimentando.
Hablar acerca del suicidio.
Obtener medios para atentar contra su propia vida (por ejemplo, comprar un arma o almacenar medicación destinada a este fin)
Cambios de humor, como pasar de estar eufórico un día a estar profundamente desalentado al día siguiente.
Preocuparse por la muerte, por el hecho de morir o por la violencia.
Sentir desesperanza o impotencia ante una situación.
Sufrir cambios en la rutina normal, como por ejemplo, cambios en la alimentación y en los horarios de sueño.
Conductas de riesgo o autodestructivas, como consumir drogas o conducir de manera imprudente.
Regalar sus pertenencias o dejar sus asuntos en orden cuando no existen motivos lógicos para hacerlo.
Despedirse de las personas como si la despedida fuera definitiva.
Desarrollar cambios de personalidad o estar sumamente ansioso o agitado, especialmente al experimentar algunos de los anteriores signos de advertencia.
PREVENCIÓN
Lo primero y más importante es estudiar cuáles son los factores de riesgo y de protección. Identificarlas nos puede dar pistas sobre cómo y cuándo deben intervenir aunque no todo el peso recae sobre dichos factores, ya que también influye cómo es la persona, en qué situación se encuentra y qué eventos vitales estresantes puede desencadenar la conducta suicida.
La depresión es la enfermedad que más se relaciona con el suicidio, ya que en ella se crean estados emocionales negativos que facilitan la ejecución conductual de este tipo de pensamientos. La depresión afecta a la forma de pensar de quien la padece, reduciendo y centrando el foco atencional de la mente en el lado negativo de las situaciones y pensamientos. Muchas veces, quien se plantea quitarse la vida, ignora el hecho de que está inmerso en una profunda depresión y que esos continuos pensamientos suicidas son el reflejo de su estado interior.
Los trastornos mentales se consideran uno de los factores de riesgo más importantes y prevalentes en cuanto al suicidio. Hay que prestar atención a la depresión, pero también al trastorno bipolar, los trastornos psicóticos, trastornos de ansiedad, trastornos de la conducta alimentaria, trastornos de personalidad...
Factores de riesgo:
Intentos previos de suicidio.
Historia familiar de conducta suicida.
Eventos vitales estresantes: divorcio, dificultades económicas, etc.
Apoyo social-familiar inadecuado o inexistente.
Etc.
También hay factores de protección, es decir, aquellos que disminuyen la probabilidad de que se lleve a cabo el suicidio aún estando presentes varios factores de riesgo. Entre los factores de protección encontramos: habilidad para las relaciones sociales, confianza en uno mismo, tener hijos, apoyo socio familiar de calidad, etc.
SENTIMIENTOS DE QUIENES SE QUEDAN
Quienes se quedan buscarán cualquier explicación posible excepto que esa persona que querían se haya querido ir por su propia voluntad, que lo haya hecho de manera consciente asumiendo todas las consecuencias.
En caso de asumirlo tendríamos la sensación de que no fuimos una razón suficiente para que esa persona decidiera seguir viviendo. Luego aparecerá la rabia porque nos sentimos traicionados y nos culparemos por no haber hecho más. Este pensamiento no es justo, porque no somos responsables de que esa persona querida se haya querido marchar. Quien se queda necesita ser escuchado y necesita verbalizar todo lo que siente sobre lo ocurrido.
También aparece la culpa por no haber visto esos signos premonitorios que ayudarían a evitar la pérdida. En este caso, nos estamos colocando en un lugar que no es el adecuado porque, tristemente, no podríamos haber hecho nada más. Quien necesita irse porque no soporta más la angustia de estar vivo, buscará la manera de irse, cuando sea... como sea.
Es difícil asumir sin culpabilizarse, sin sentirse y sin saberse responsable de la pérdida. Es un trabajo interno que ha de promoverse desde el primer momento porque se trata de una culpa irracional e irreal que puede alargar y hacer más difícil este duelo.
Es común que aparezca la rabia hacia el fallecido, una especie de odio que llena nuestro vacío. La rabia de lo inexplicable es uno de los sentimientos más difíciles de digerir. No podemos dirigirla porque no hay un culpable.
La rumia no se puede separar de este proceso porque en nuestra cabeza surgirán una y otra vez preguntas como: ¿Cuánto duró la agonía? ¿Hubo algún atisbo de arrepentimiento? ¿Hubo sufrimiento? ¿Por qué? Es un asunto inconcluso que no se cerrará fácilmente y necesitará mucho trabajo interior para conseguir vivirlo con un poco de paz.
Aparecerá también el miedo a que otro ser querido haga lo mismo e incluso el miedo a que el sentimiento de culpa de alguno de ellos sea insoportable y solamente tenga en cuenta esta opción. El miedo acabará gobernando la vida de muchas personas que están constantemente alerta buscando cualquier atisbo de sufrimiento por si se desencadena otra desgracia.
Por último, hay que hablar del estigma, es decir, la vergüenza que sienten de cara a su entorno por no haber podido evitar la desgracia.
Todos estos sentimientos son naturales y completamente humanos pero tenemos que analizarlos y validarlos. Es normal sentirlos, pero han de revisarse para eliminar culpas irracionales y vergüenzas. Tenemos que hablar, expresar y hacer que esas personas se sientan acompañadas.
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